El vuelo de la locura de Raquel Virginia Cabrera
Manuel García-Cartagena
Nadie podría presentar al público un libro de poemas
mejor que su propio autor. Sin embargo, como se puede
apreciar, la práctica usual entre nuestros poetas es
otra: hemos terminado aceptando como normal el hecho de
que sea alguien distinto al autor quien “presente”
públicamente nuestros libros. Siendo así las cosas, no debería sorprendernos que la
“puesta en circulación” de un libro de poemas llegara a
resultar, en ocasiones, una circunstancia tan compleja
que asuma algunos de los rasgos propios de la
tragicomedia. Podría suceder, por ejemplo, que el autor del libro que
se pusiera a circular fuera una mujer, y que, a ésta
última, se le ocurriera la extraña idea de pedirle a un
hombre que presentara al público su poemario. También
podría darse el caso de que ninguno de los dos conociera
al otro personalmente; hasta podría ocurrir que ella
residiera en otro país, digamos, por ejemplo, en algún
lugar de Nueva York, y que, por su parte, él ignorara
que, en realidad, está muerto en algún punto de la
ciudad de Santo Domingo.
De ese modo, y en vista de que pueden ocurrir tantas
cosas, considero más prudente circunscribirme a lo que
está sucediendo, aquí y ahora, en lugar de perder más
tiempo tratando de imaginar lo que podría ser. Me precipito, pues, a asegurarles que, durante los
próximos minutos, intentaré entretenerlos con el único
propósito de darle tiempo a Raquel Virginia Cabrera para
que, al final de mis palabras o cuando ella lo juzgue
más conveniente, se decida a leernos algunos de los
poemas de este libro que ella ha titulado El vuelo de la
locura, probablemente a partir de la siguiente
declaración del poeta argentino Oliverio Girondo:
«Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la
seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que
ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera
imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.»
Si no me equivoco al interpretar la referencia, la
relación entre este pasaje y el título que Raquel
Virginia escogió para su libro es directa. Sin embargo,
colocada de manera emblemática en la portada de su libro,
la frase nominal el vuelo de la locura adquiere un
funcionamiento programático que nos permite considerarla
desde una perspectiva distinta a la que nos sugiere el
texto de Girondo. Comencemos, pues por el principio,
preguntándonos cuál es ese “vuelo de la locura” al que
se refiere Raquel.
Probablemente, la referencia imaginaria al vuelo que más
se aproxima a la que se sugiere en ese título es la que
terminó dando pie a la figuración estereotipada de las
brujas durante el periodo romántico, a partir de la
descripción que Goethe ofrece en el Fausto de los
rituales de la Walpurgisnacht, es decir, el aquelarre de
las brujas en la noche de Walpurgis. Recordemos que,
según las tradiciones germánicas, en la medianoche del
primero de mayo, las brujas se reunían, delirantes, para
realizar ritos obscenos. El hecho de que el primero de
mayo era también la fecha en que se celebraba un antiguo
festival de primavera dedicado a Waldborg, antigua diosa
pagana de la fertilidad entre los germanos, agrega una
nota orgiástica a la imaginación del aquelarre de
Walpurgisnacht.
Las brujas de Goethe —como las de Shakespeare— eran
fundamentalmente mujeres de conjuros verbales: proferían
frases encantatorias, sortilegios y abracadabras
alucinantes por medio de los cuales buscaban producir
efectos mágicos sobre sus víctimas. Como se comprenderá,
el trasfondo ideológico de esta práctica no es otro que
la antigua creencia en el “poder de la palabra”, a la
que los poetas románticos volvieron a poner de moda. No
en balde es en el Romanticismo cuando cobra mayor
vigencia la ideología política del “poder del discurso”
cuya vigencia, aunque notablemente desgastada, es
posible percibir todavía en nuestros días.
En mi opinión, esta ideología del poder “mágico” o
“político” del discurso es precisamente la que
fundamenta el proyecto de escritura de Raquel Virginia
en El vuelo de la locura. Desde más de un punto de
vista, en efecto, la suya es una poesía propiciatoria,
en el mismo sentido en que se habla, entre los
antropólogos, de un “ritual propiciatorio”. Y lo que
resulta aún más revelador es que muchos de sus poemas
podrían funcionar, desde el punto de vista de la
pragmática, como “conjuros” o “sortilegios” virtuales o
reales, según el caso y aquello a lo que Louis Aragon
llamaba, en su etapa surrealista, «el poder de la
enunciación».
Desde el primer poema del libro, titulado “Búsqueda
inversa”, la estrategia propiciatoria queda establecida
como modelo de “funcionamiento” de ese acto verbal que
consiste, más que en poner en versos el deseo personal,
en hacer que ese deseo opere como el eje y el motor
principal del acto elocutivo. Y para que se capte mejor
el sentido de esto que digo, les leeré el referido poema
titulado “Búsqueda inversa”:
Amanecí con ganas besar a todos los hombres,
de perpetuar boca a boca la belleza del fuego,
de transpirar el universo del Yang,
de impregnar la tierra de un hechizo afrodisíaco,
de amarrar todas las razas a mi espalda.
Desempolvaré con el cabello sus rastros
hasta encontrar mi rostro,
eterna devoción de escudriñarme.
Búsqueda inversa en el lúcido vértigo:
mi lengua resplandece en el deseo.
En el argot de las modernas tecnologías de la
comunicación, se llama “búsqueda inversa” a la operación
que consiste en determinar la identidad, la dirección y
otros datos personales de un usuario a partir de su
dirección de IP o de su número telefónico. Esta
referencia a la informática, sin embargo, resulta
irrelevante para comprender el funcionamiento
propiciatorio de la poesía de Raquel Virginia. En efecto, si toda búsqueda queda definida a partir del
objeto que la funda, una búsqueda inversa, en poesía,
puede concebirse como la operación que consiste en
perder aquello que se busca, un ejercicio de distracción
selectiva que funda el objeto perdido como noción
epistemológica propia de poetas-magos y opuesta
radicalmente a la del «objet trouvé» de los surrealistas.
En ese mismo orden de ideas, quizás conviene recordar
aquí que una de las etimologías de la palabra deseo la
hace descender de la palabra latina desiderium, y ésta
última a su vez del latín sidus, sideris: estrella. Para
los fines de esta “puesta en circulación”, me limito a
señalar que, de ser cierta la historia por medio de la
cual se pretende justificar este “origen sideral” de la
palabra deseo, tal cosa constituiría una verdadera
lección de búsqueda inversa. La historia es, más o menos,
la siguiente: como se sabe, los antiguos marineros
árabes inventaron el arte de orientarse en el mar
guiándose a partir de la estrella Polar, del Sol o de
cualquier otra estrella que se tomara como referencia.
Al pasar al latín, la expresión desiderare nombraba el
acto de buscar en el cielo, no la estrella que se tomaba
como referencia, sino aquella que faltaba, es decir,
aquel “objeto perdido” cuyo encuentro podía determinar,
por triangulación, la situación y la posición de quien
la buscaba.
A la luz de esta etimología, se puede entender que, como
en el caso de los antiguos marineros, el deseo es la
fuerza que orienta al yo poético inscrito en muchos de
los poemas de El vuelo de la locura a desarrollar un
programa de escritura de tipo propiciatorio. Es más, al
estar directamente asociada al acto sexual por la vía de
la cita de Girondo que le sirve de punto de partida, la
idea del vuelo que nos plantea Raquel Virginia no es
otra que la de una búsqueda sin objeto definido, es
decir, precisamente, una búsqueda inversa. Se trata,
pues, de una escritura de vocación mágica, como los
conjuros y sortilegios de las brujas.
Nótese, no obstante, que, en la mayoría de los relatos
fantásticos, las brujas que buscan algo siempre
encuentran aquello que no se les ha perdido. De manera
parecida, el yo poético de Raquel Virginia intenta dar
curso a su búsqueda inversa mediante distintos tipos de
recursos mágicos, como ese de la “clonación” del que se
nos habla en su poema titulado “Clonar a Girondo” (del
cual ya hemos citado el epígrafe que lo acompaña). «Oliverio
—pregunta el yo poético—¿En dónde están los de tu linaje?
Hombres magos capaces de emprender el vuelo de la locura»
En este poema, sólo el título nos remite al sentido
propiciatorio que intentamos destacar en el proyecto de
escritura de El vuelo de la locura. Y sin embargo, el
deseo, motor de la búsqueda, borda los versos del poema
desplazándolos hacia el territorio de otra búsqueda:
aquella que acontece cuando es un hombre quien lee los
poemas de Raquel Virginia. La explicación es muy
sencilla: el deseo sólo es humano cuando su objeto no es
el cuerpo, sino el deseo del Otro. Toda escritura
propiciatoria se fundamenta en la idea de un lector que
también busca, en su lectura, la otra orilla de su
propio deseo...
Sería, pues, interesante y al mismo tiempo,
absolutamente innecesario, preguntarle a la autora a qué
tipo de lectores dirige su Vuelo de la locura: ¿hombres
o mujeres, dominicanos o extranjeros, adultos o
adolescentes, poetas y artistas o público en general? Si
la tarea de hacer que la autora dé respuesta a esta
pregunta me parece innecesaria, es porque en varios de
los poemas de su libro esa respuesta ya está expresada
de manera más o menos explícita. Así, por ejemplo, en el
poema titulado “Cosecha”, leemos:
Penetra agujeros que la tristeza cierra;
Haz regresar la luz en un quejido.
Cosecha mi esperanza en tu cuerpo:
vírgenes son los afanes del regreso.
Soy tierra en espera de la lluvia.
No hace falta ser un experto en psicoanálisis para
percatarse del sugestivo trabajo de los símbolos
sexuales que la autora efectúa en este breve poema. A
pesar de su elocuencia, sin embargo, la imagen de la «tierra
en espera de la lluvia» no transforma en nada la idea de
la pasividad femenina ante el macho, a diferencia de lo
que sucede en el poema titulado “Búsqueda inversa”,
donde quizás lo único objetable es la supeditación del
Yo poético a eso que llamaba anteriormente la estrategia
de escritura propiciatoria. La misma pasividad, complicada con pulsiones de muerte,
es lo que encontramos en el poema titulado “Árbol seco”:
Soy un árbol seco:
la savia se consumió en mí.
No siento siquiera al viento,
las aguas son historias no contadas.
Caída estoy antes que mis hojas,
santuario de un cuerpo flagelado.
Absorta en el dolor vegetal:
¿por qué me has abandonado?
El deseo que se manifiesta a través del yo poético de El
vuelo de la locura sitúa su búsqueda en las coordenadas
que configuran dos ejes principales: el deseo de
disolver el yo y su correlato (casi siempre) obligatorio:
el deseo de trascender el yo. Como se verá, ambas
pulsiones tienen una misma proyección sexual en la
escritura de Raquel Virginia, aunque, evidentemente, su
orientación, tanto comunicativa como ideológica, sea
distinta.
En poemas como “Ansiedad”, “Tristeza”, “Angustia en mi
sangre”, “Involución”, “Espera resuelta”, entre otros,
el yo poético activa distintos tipos de estrategias de
construcción de autoimágenes “defectivas” o deficitarias
de sí misma en tanto que yo enunciativo-reflexivo. Los
siguientes versos que citaré son representativos de
algunas de estas estrategias «mi piel es orilla del
ocaso»; «la involución es la hija no reconocida / de mis
somáticos insomnios» (“Involución”); «no dejaré en manos
que no escuchan / esta sentencia sin réplica / he
desertado nacer / antes de que la noche muera» (“Espera
resuelta”); «soy la que se busca / en sitios no
geográficos / la que ansía perderse» (“Ansiedad”). En cambio, en poemas como “El retorno de la musa”, “Alusión”,
“Exilio nocturno”, “Abandono”, pero sobre todo, en “El
rito”, el yo poético convoca un conjunto de estrategias
encaminadas a producir autoimágenes “afectivas” o
propiciatorias de sí misma en tanto que yo
enunciativo-reflexivo. Cito a continuación, como ejemplo
singular de este grupo de poemas, el texto de “El rito”:
Mi amado con sus ojos labra la ternura.
Su melancolía desprendida
lo hace invencible
ante la supervivencia de las olas.
Su locura lo hace más bello
ante el mito de Adonis.
Desde que ha bebido mi savia
celebramos un rito desconocido.
El ritual de beatificación pagana del yo a través del
acto sexual constituye uno de los tópicos de la poesía
universal. El festín totémico, simbolizado por la imagen
que presenta al amado «bebiendo la savia» del yo poético,
desplaza cualquier duda relativa al tipo de amor que el
yo poético recibe de parte de su “amado”. El acto sexual
que aparece ritualizado (es decir, consagrado) en este
poema adquiere el valor de una vía hacia la
trascendencia que libera al yo de las ataduras sociales.
El correlato histórico de este rito es el tiempo mítico
en el que todo regresa al origen: «Nací en el tiempo de
las valquirias», nos dice el yo poético en “Alusión”.
Incluso la «locura» del amado «lo hace más bello / ante
el mito de Adonis» (“El rito”). En el tiempo mítico,
incluso el deseo de trascendencia del yo poético la
empuja a concebirse como «musa» en “El retorno de la
musa”: «No soy más / la desconocida que nunca esperaste,
/ aquella con manos de sal / y ojos de barro».
No es casual la confluencia observada entre una pulsión
de muerte y otra pulsión erótica en un mismo corpus
textual, pues lo verdaderamente raro sería que así no
fuera: las brujas siempre encuentran aquello que no
buscan, decíamos hace un rato. Ahora precisamos: al
placer sólo se llega a través del dolor. Más que axiomas
irrefutables, estas dos últimas aseveraciones son las
líneas de fuga que prefiguran el sentido de esa
“búsqueda inversa” que Raquel Virginia despliega a lo
largo de su Vuelo de la locura.
Agreguemos la sorpresa que, seguramente se llevarán los
lectores de este libro, tanto los femeninos como los
masculinos, ante los múltiples asomos de una sinceridad
enunciativa a la que la última moda “light” de nuestra
literatura ha terminado por declarar “non grata” en el
espacio poético contemporáneo: la mayoría de los textos
de El vuelo de la locura se inscriben en contra de una
poética del vacío, o lo que viene a ser lo mismo: una
poética de la intrascendencia, como la que parece
haberse instalado en el gusto de nuestra época. Desde
este punto de vista, poco importa que en los poemas de
Raquel Virginia se evidencie la gama casi completa de
“estados de ánimo” personales que determinaron las
circunstancias biográfico-psicológicas en que fueron
escritos. ¿Quién puede culparla por ello, si a nadie se
le exige que sea más grande que su propia existencia? No
la convierte esto, de ninguna manera, en un “sujeto
frívolo”. Todo lo contrario, diría yo.
Siempre me han parecido muy tristes las personas que
confunden el espacio poético con una tribuna política,
con un púlpito o con un “micrófono abierto” desde el
cual se dedican a descargar varios litros o algunas
gotas de rancia moralina. Muy tristes y muy ciegas, pues
hay que ser muy triste y muy ciego para “jugar” a ser
poeta con otra cosa que no sea pasión por el lenguaje, y
deseos de arrebatarle a la vida los restos de alguno de
los sueños que a diario ella nos arranca. Por suerte
para nosotros, sus lectores, Raquel Virginia ha dado
muestras elocuentes de poseer, como poeta, grandes dosis
de esa pasión por el lenguaje a la que me refiero. Y no
diré nada de lo que ella quiera hacer con la vida, no
sólo porque no lo sé, sino también (y sobre todo) porque
nadie debe intentar penetrar sin permiso en el terreno
donde cazan las brujas...
Finalmente, y por si acaso hiciera falta decirlo,
aprovecho la ocasión para declarar que, personalmente,
prefiero que los libros de poemas sean abiertos por
dentro, como el de Raquel Virginia, y no simplemente
cerrados por fuera, como los de algunos de nuestros
poetas más recientes… Sé bien que esta es una cuestión
de gustos, pero me da igual: nunca le he pedido a nadie
que prefiera lo mismo que yo.
Eso es todo. Ahora, sólo espero que Raquel no nos haga
esperar demasiado.
Publicado en Manuel García-Cartagena,
"Visiones y revisiones de obras literarias dominicanas",
Ediciones Bangó, 2018.